Introducción
Parecerá una sugerencia extraña para la mayoría en estos días, que haya alguna relación entre la esperanza del evangelio y un suceso tan local en su carácter, como lo es la restauración de los judíos en su propia tierra, Palestina. Sin embargo existe tal relación, si nos guiamos por el testimonio de las Escrituras, antes que por la opinión erudita de la venerable tradición.
El interés en los judíos mostrado por los cristianos profesos es solamente de carácter sentimental, y es muy débil y puramente retrospectivo. Tiene su origen en la historia de los judíos, a causa de su relación nacional con la Deidad en los tiempos antiguos, por su antigua mediación como el conducto de la revelación, y por su parentesco en carne y sangre con el Mesías. No se extiende hacia el futuro, excepto en la forma de una preocupación profesa por los intereses espirituales de la nación, en común con los intereses de la humanidad en general. No reconoce ninguna relación entre el futuro de los judíos y la salvación que será manifestada en la tierra; más bien adopta la actitud de agradecer a Dios por un futuro en el cual el judío no tendrá oportunidad como tal.
La Salvación Cristiana Depende de los Judíos
Veremos, antes de llegar al final de este estudio, que la verdad de Dios justifica un interés mucho más práctico que este. Encontraremos que en el propósito de Dios, la salvación del mundo está ligada al destino de los judíos. Aparte de su glorificación nacional, tal salvación es un mero sueño que nunca podrá ser realizado por las naciones ni por los individuos, ni espiritual ni materialmente. El hombre que sea ignorante o escéptico acerca de este futuro desarrollo, se encuentra a oscuras en su entendimiento de una de las enseñanzas principales de la doctrina cristiana.
Veamos la evidencia. Jesús dijo a sus discípulos: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 15:24). Que él se refería a los judíos se confirma por otra declaración: «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 10:5,6). Posteriormente declaró a la mujer de Samaria en el pozo de Jacob: «La salvación viene de los judíos» (Juan 4:22). Estos pasajes muestran la restricción nacional de la salvación proclamada por Jesús y sus apóstoles. Jesús era un judío nacido en la casa de David, siendo por designación de Dios el heredero del trono de David, y los apóstoles que laboraban con él también eran judíos. Ellos proclamaban un mensaje que vino del Dios de los judíos, y el cual, según las instrucciones originales de Cristo, solamente estaba dirigido a los judíos. Por esto Pablo podía caracterizar enfáticamente el evangelio como «la esperanza de Israel,» lo cual hizo en las palabras registradas en Hechos 28:20: «Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.» También hizo la siguiente declaración con un énfasis particular, defendiéndose personalmente delante de Agripa:
«Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos.» (Hechos 26:6,7)
También pudo decir con una veracidad no siempre apreciada:
«Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas.» (Romanos 9:3,4)
Es evidente que la salvación proclamada en el evangelio, y que deberá ser aceptada, es intensamente judía en su origen, aplicación y resultado futuro. Es igualmente evidente que esta fue la luz bajo la cual fue considerada por los discípulos después del día de Pentecostés, puesto que leemos en Hechos 11:19 que «los que habían sido esparcidos…pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.» El lector también recordará que Pedro necesitó una revelación especial para instruirlo del propósito de Dios de admitir a los gentiles en las bendiciones de Israel, y aun entonces responsabilizó a Dios por la acción. Pedro mismo no intentó justificar la idea, sino que se disculpó ante sus hermanos por haber predicado a los gentiles, diciendo: «¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?» (Hechos 11:17). El hecho es que la admisión de los gentiles fue uno de los misterios del evangelio. Esto se deduce de las palabras de Pablo en Efesios 3:4-6:
«Podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.»
Los Gentiles se Hacen Judíos en Cristo
Pero esta apertura del camino para la admisión de los gentiles no destruyó el carácter israelita de la esperanza. El efecto fue completamente diferente. En vez de que los gentiles eliminaran el carácter judío de la esperanza que habían recibido, ésta los convertía a ellos en judíos, moldeándolos a su carácter esencialmente israelita. De aquí que Pablo dice a los efesios que lo recibieron: «Estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa… Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» (Efesios 2:12,19). Posteriormente dijo a los romanos: «Es judío el que lo es en lo interior» (Romanos 2:29). Es decir, el que siendo gentil por nacimiento se ha vuelto judío de corazón, preferencia y esperanza, es un judío más genuino que el reprobado hijo natural de Abraham. Refiriéndose a la admisión de los gentiles, habla del corte de la rama del olivo que es silvestre por naturaleza, y del injerto contra naturaleza en el buen olivo (Romanos 11:24). Por consiguiente, los gentiles son «ramas de olivo silvestre,» sin esperanza, sin derechos de nacimiento, sin promesas, sin una porción futura de ninguna clase. Si se vuelven herederos de la herencia venidera, entonces deben echar fuera el «viejo hombre» de su gentilismo, y vestirse del «nuevo hombre» de verdadero judaísmo, «el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Colosenses 3:10).
Consideremos cuidadosamente el tema: Pablo dice que estaba encadenado «por la esperanza de Israel,» lo cual equivale a decir que esto es lo que predicaba, viendo que a causa de esta predicación había sido puesto en cadenas. Ahora bien, si Pablo proclamaba «la esperanza de Israel,» está claro que no predicaba el conjunto de ideas que ahora se enseñan como evangelio en las iglesias populares; porque ¿en qué sentido podría decirse que estas ideas constituyen «la esperanza de Israel»?
¿Qué esperanza tiene para los judíos el evangelio tradicional? No les promete bendiciones especiales como parte de su desarrollo final. Al contrario, les quita cualquier esperanza que tengan. Les dice que su Mesías no vendrá, y que su esperanza de restauración nacional y engrandecimiento bajo su reinado, en su propia tierra, es carnal e ilusoria. Esto demuestra que no puede ser el evangelio que Pablo predicaba, puesto que el que él predicaba era «la esperanza de Israel.» Su característica fundamental sería reconocida como una esperanza judía nacional fundada sobre ciertas promesas hechas por Dios a los progenitores de la nación. Aquellas promesas en las que estaba fundada la esperanza constituyen las buenas nuevas, el evangelio proclamado por Jesús y los apóstoles para ser creído. Aquellos que creen en él obtienen, de las cosas así proclamadas, una esperanza específica. Puesto que la única esperanza verdaderamente cristiana surge de la recepción de la enseñanza doctrinal del evangelio, y puesto que es la base de una esperanza judía nacional, debe ser muy evidente que hay una relación íntima entre la esperanza cristiana y la esperanza de Israel. Este estudio se propone mostrar esa relación, introduciendo, al mismo tiempo, ciertos asuntos importantes que son esenciales para todo el que desee alcanzar un verdadero conocimiento de lo que enseña la Escritura.
Los judíos son un pueblo cuyo origen e historia son muy bien conocidos por los lectores asiduos de las Escrituras. Abraham, miembro de una familia caldea, recibió la orden de separarse de su pueblo para ir a una tierra «que había de recibir como herencia» (Hebreos 11:8). Obedeció «y salió sin saber a dónde iba.» Fue informado posteriormente que sus descendientes serían una gran nación, con quienes Dios tendría relaciones especiales y que serían objeto de su especial cuidado. En el transcurso del tiempo, la familia de Abraham descendió a Egipto y se estableció como una colonia amistosa. Pero con el tiempo el Faraón los esclavizó, sujetándolos a un amargo gobierno por más de dos siglos. Al fin de ese tiempo fueron libertados por medio de la intervención divina en manos de Moisés; después de variadas vicisitudes se establecieron en la tierra prometida, sujetos a una constitución divina, que establecía que hasta donde la nación fuera obediente a sus requerimientos, permanecería en prosperidad; pero que tan pronto como se apartaran de los estatutos de Dios, quien los había llamado y organizado, la adversidad los abrumaría.
La parte subsiguiente de su historia es resumida en una frase: los israelitas fallaron en observar las condiciones de su pacto nacional y fueron expulsados en desgracia de su territorio nacional y dispersados como fugitivos, donde permanecen hasta el día de hoy. [Nota del traductor: Se recuerda al lector que estas palabras fueron escritas en el año 1862, muchos años antes del regreso del pueblo judío a su patria.]
El conocimiento de los cristianos profesos no va más allá de estos rasgos históricos generales de los judíos. Ellos consideran la historia nacional judía como un hecho consumado, y el destino nacional como irrevocablemente sellado. No tienen conocimiento de algún futuro para los judíos que afecta el interés del mundo en alguna forma. Piensan que si los judíos se convierten al cristianismo tradicional y se vuelven discípulos de los misioneros que son enviados a convertirlos, entonces posiblemente retornen a su tierra. Pero que lo hagan o no, carece de verdadera importancia. «Los cristianos son la gente que va a la vanguardia, destinados a convertirse en los civilizadores e iluminadores del mundo entero. Los judíos no aparecen por ningún lado; están atrasados y serán probablemente absorbidos por los pueblos dominantes que están llenando rápidamente el mundo de frutos.» Este es el sentimiento prevaleciente, y sugerir (como ya lo ha hecho el título de este estudio) que la salvación del mundo depende de la despreciable raza judía, es incurrir en el desagrado del cristianismo popular y la desdeñosa lástima de los sabios de esta generación.
Sin embargo, un inteligente respeto por las Escrituras verdaderas hace que un hombre soporte estos resultados desagradables. Puede ver la inutilidad de los propósitos humanos cuando entran en conflicto con los declarados propósitos de Dios. El gran Ordenador ha dicho: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos»; y este principio puede verse ilustrado en el tema que estamos analizando. Los «caminos» humanos habrían extirpado a los judíos de la faz de la tierra hace siglos; pero los «caminos más altos» los han preservado en medio de las dinastías gentiles caídas, y la aniquilación de razas gentiles. Hasta este día permanecen como un pueblo distinto e indestructible, aunque dispersado entre las naciones de la tierra. Los «pensamientos» humanos han retirado a los judíos, como nación, de toda relación divina posterior; pero los «pensamientos más altos,» mientras por ahora han dispersado a los judíos por su pecado, han decretado la desaparición final de toda otra nación debajo del cielo, y la eterna preservación de la despreciada nación para comunión estrecha con Dios (Jeremías 30:11). Esto será presentado con mayor detalle posteriormente. Mientras tanto, la atención del lector debe dirigirse a los siguientes testimonios con relación a la situación nacional de los judíos delante de Dios:
«Yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.» (Levítico 20:26)
«Tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.» (Deuteronomio 7:6)
«Eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra.» (Deuteronomio 14:2)
«Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos; a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová tu Dios, como él ha dicho.» (Deuteronomio 26:18,19)
La Elección de los Judíos es Incondicional
Sería difícil expresar de una manera más enfática la idea de la elección especial, deliberada e incondicional que Dios hizo del pueblo judío, convirtiéndolo en un pueblo de su posesión personal. ¿Quién puede oponerse a esto? «¿No tiene potestad el alfarero sobre el barro?» ¿No tiene el Creador Eterno, en su sabiduría infinita, el derecho de llevar a cabo sus planes según su propio criterio? La elección de los judíos es una de las características del plan que El concibió para este mundo. Esto está probado de manera indiscutible por los pasajes arriba citados. Nada puede anular esa elección: «Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.» Los judíos mismos no pueden anular el decreto. Podían atraer sobre sí mismos, tal como efectivamente lo hicieron, el desagrado y el castigo divino a causa de sus pecados; pero no pueden alterar su condición delante de Dios como Su nación escogida. Los diversos castigos que han soportado por muchas generaciones constituyen la prueba de la divina calidad de su condición nacional. «A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto os castigaré por todas vuestras maldades.» Este es el lenguaje mensaje de Jehová para ellos en Amós 3:2; las auténticas calamidades que les han sucedido son prueba del trato y supervisión divinos. Por ahora, ellos están en dispersión, a causa de sus iniquidades; pero no han sido rechazados, como lo afirma la idea popular. Pablo dice en Romanos 11:2: «No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció.» El testimonio de Jeremías es aun más fuerte. En el capítulo 30:11, leemos:
«Destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo.»
Los sufrimientos nacionales de Israel son sólo la mesurada corrección por medio de la cual Dios los está sujetando; no son evidencia de que Dios los haya rechazado definitivamente. El lenguaje de Jehová en Jeremías 33:24-36 implica que alguien en la antigüedad tomó el punto de vista contrario, sosteniendo, como lo hacen muchos de los que actualmente se hacen llamar cristianos, que Dios ha desechado Su pueblo para siempre, sujetándolos a destrucción. La respuesta es sublimemente enfática:
«¿No has echado de ver lo que habla este pueblo, diciendo: Dos familias que Jehová escogiera ha desechado? Y han tenido en poco a mi pueblo hasta no tenerlo más por nación. Así ha dicho Jehová: Si no permanece mi pacto con el día y la noche, si yo no he puesto las leyes del cielo y la tierra, también desecharé la descendencia de Jacob, y de David mi siervo.»
En Miqueas 4:11-13, leemos:
«Pero ahora se han juntado muchas naciones contra ti, y dicen: Sea profanada, y vean nuestros ojos su deseo en Sion. Mas ellos no conocieron los pensamientos de Jehová, ni entendieron su consejo; por lo cual los juntó como gavillas en la era. Levántate y trilla, hija de Sion, porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas de bronce, y desmenuzarás a muchos pueblos.»
También en Jeremías 51:20:
«Martillo me sois, y armas de guerra; y por medio de ti quebrantaré naciones, y por medio de ti destruiré reinos.»
Estas son las auténticas palabras del Altísimo. Nos muestran que aunque los judíos están ahora en una condición débil y degradada, están destinados a ser los quebrantadores de todos los reinos bajo el cielo. Así que aun las naciones más poderosas del globo, con todo su orgullo y sensibilidad nacional, tendrán que someterse a ellos o ser destruidos por la roca que será hecha entonces cabeza del ángulo.
El Castigo de los Judíos
Actualmente los judíos están sufriendo el castigo por sus pecados. Esto fue predicho por los profetas. Las predicciones son tan conocidas que no es necesario citarlas. La evidencia de su veracidad está delante de nuestros ojos. La vemos en la amplia dispersión de la nación que una vez fuera el pueblo soberano del mundo. La vemos en la ignominia de su posición social dondequiera que se encuentran y en los reproches e insultos que los burladores gentiles amontonan sobre ellos. Profundo y pesado ha sido el beber de la copa de maldición y ayes, de las manos del Vengador. Ellos gritaron, «su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos,» y con sangre y fuego ha vuelto su terrible invocación a su propio seno. ¿Habrá días brillantes para Israel? ¿Tendrán fin sus calamidades? ¿Estará por siempre encendida contra ellos la ira de Jehová? Escuchemos al profeta:
«Así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo.» (Jeremías 32:42)
Esta es una completa respuesta a la pregunta. Afirma que el bien sustituirá al mal que está sobre ellos actualmente, lo cual implica que este tiempo de adversidad nacional llegará a su fin. Nótese además, que se declara que el bien predicho ha sido prometido: «Todo el bien que acerca de ellos hablo.» La pregunta que de inmediato surge de la consideración de esta declaración es: ¿Cuál es el bien de que se les habló? En respuesta a esto, leemos en Jeremías 33:14-16:
«He aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de Justicia, y hará juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura…»
Su Restauración Bajo el Mesías
Aquí es brevemente resumida la «buena palabra». Sus principales características son: un rey que ejecutará juicio y justicia en la tierra y la salvación de Judá y Jerusalén en su día. Esto es ni más ni menos que una promesa del Mesías que los rescatará de sus enemigos, y los recuperará de las opresiones a que han estado sujetos por siglos, una promesa que es repetida en las siguientes palabras, en Ezequiel 37:22:
«Los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones.»
Es importante notar el segundo elemento de la «buena palabra»: «En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura.» Debería ser evidente hasta para la mente mas torpe, que tales días aún han de venir. Al presente no hay ningún Mesías ejecutando juicio en la tierra prometida, ni Judá y Jerusalén moran en seguridad, como tampoco ha existido nunca tal estado de cosas. Aún así, la promesa es que la «buena palabra» sustituirá con toda seguridad al mal que ha trastornado la nación. Esta promesa no está limitada a esta sola profecía, ni restringida únicamente a este lenguaje. Leemos en Jeremías 31:28:
«Así como tuve cuidado de ellos para arrancar y derribar, y trastornar y perder y afligir, tendré cuidado de ellos para edificar y plantar, dice Jehová.»
Esto será en los días del Renuevo de Justicia cuando reinará y prosperará y ejecutará juicio y justicia en la tierra, pues encontramos en Jeremías 3:17,18 las siguientes palabras:
«En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón. En aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres.»
Leemos algo más en Ezequiel 37:21:
«Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra.»
También en Ezequiel 36:24:
«Yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país.»
No hay manera de evadir el significado de este lenguaje. Está tan definidamente expresado que no puede ser espiritualizado o interpretado equivocadamente. Como para prevenir tal cosa, se expresa de la manera siguiente en Jeremías 31:10:
«Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño.»
Por consiguiente, de la misma manera en que los judíos fueron dispersados, también serán recogidos. Fueron sacados de su propia tierra y dispersados entre las naciones: ésta fue la dispersión. Serán reunidos de todas las tierras entre las cuales ahora están diseminados en desgracia, y restablecidos en su tierra como una nación grande: ésta es la recolección. Seguramente esto es claro. Los judíos son ahora burla y proverbio, corroborando la predicción de Moisés; pero en su restauración serán exactamente lo contrario. Serán supremamente honrados en la misma medida en que ahora son menospreciados. Leemos en Sofonías 3:19,20:
«He aquí, en aquel tiempo yo apremiaré a todos tus opresores; y salvaré a la que cojea, y recogeré la descarriada; y os pondré por alabanza y por renombre en toda la tierra. En aquel tiempo yo os traeré, en aquel tiempo os reuniré yo; pues os pondré para renombre y para alabanza entre todos los pueblos de la tierra, cuando levante vuestro cautiverio delante de vuestros ojos, dice Jehová.»
También Zacarías 8:23:
«Así ha dicho Jehová de los ejércitos: En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros.»
El Fortalecimiento de Israel
Este honor va ligado a la supremacía política. Los judíos, la gente más miserable, más débil y más menospreciada de la faz de la tierra, se convertirán en la más poderosa y renombrada de las naciones, teniendo a todos los pueblos bajo sujeción. Esto es evidente por el siguiente testimonio:
«Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento… Extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán; porque en mi ira te castigué, mas en mi buena voluntad tendré de ti misericordia. Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes. Porque la nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado… Vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, y a las pisadas de tus pies se encorvarán todos los que te escarnecían, y te llamarán Ciudad de Jehová, Sion del Santo de Israel. En vez de estar abandonada y aborrecida, tanto que nadie pasaba por ti, haré que seas una gloria eterna, el gozo de todos los siglos.» (Isaías 60:3,10-12,14,15)
Cuando esto suceda, los enemigos de Israel serán confundidos. Aquellos que ahora se ríen de ellos y se burlan de su esperanza nacional, se verán abrumados por la retribución a que ellos mismos se están haciendo merecedores. La llegada de los judíos a la cumbre de su prosperidad será su destrucción. Los síntomas preliminares del cambio los llenará de pánico. Este es el testimonio de la Escritura siguiente:
«Las naciones verán, y se avergonzarán de todo su poderío; pondrán la mano sobre su boca, ensordecerán sus oídos. Lamerán el polvo como la culebra; como las serpientes de la tierra, temblarán en sus encierros; se volverán amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de ti.» (Miqueas 7:16,17)
La fatalidad que temen los tomará por sorpresa, como se deduce de las palabras de Isaías, capítulo 49, versículos 25 y 26:
«Tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos. Y a los que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y redentor tuyo, el fuerte de Jacob.»
También leemos en Isaías 41:11,12:
«He aquí que todos los que se enojan contra ti serán avergonzados y confundidos; serán como nada y perecerán los que contienden contigo. Buscarás a los que tienen contienda contigo, y no los hallarás; serán como nada, y como cosa que no es, aquellos que te hacen la guerra.»
De aquí se deduce que habrá una segura destrucción para todos aquellos que actualmente están contra Israel; pero hay bendición disponible para aquellos que los protegen. «Benditos los que te bendijeren, y malditos los que te maldijeren.» Este fue el decreto pronunciado por Balaam bajo la influencia del espíritu, y declarado siglos antes a Abraham. Su aplicación es tanto individual como nacional. Las naciones que han sido menos rigurosas en su persecución de los judíos con toda probabilidad obtendrán lo mejor a la venida de Cristo. Inglaterra es primera en esta clase. Ella estuvo entre los perseguidores de la nación escogida en la primera parte de su historia; pero en los siglos recientes, los ha librado de sus cadenas, garantizándoles protección gratuita a sus personas y propiedades, y últimamente ha abolido sus impedimentos, promoviéndolos al rango de ciudadanos, y hasta admitiéndolos en el Parlamento. Las personas que han visto con interés y compasión la raza exiliada, pueden esperar una bendición cuando la voz resonante del burlador no se oiga más.
La Renovación Espiritual de Israel
Si observamos a los judíos en su condición presente los encontraremos carentes de mucho de lo admirable. Parecen la encarnación de la sordidez y el endurecimiento. Esta es una dificultad ante la cual muchas mentes honestas tropiezan. Dicen: ¿Cómo puede reconciliarse tal carácter con las bendiciones venideras de Quien no tiene acepción de personas y da a cada hombre su recompensa según sus obras? Habría fuerza en esta inquietud si la restauración de los judíos estuviera condicionada a la situación moral de la nación. Que no es así, resulta evidente de Ezequiel 36:22,32:
«No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis entre las naciones adonde habéis llegado. No lo hago por vosotros, dice Jehová el Señor, sabedlo bien; avergonzaos y cubríos de confusión por vuestras iniquidades, casa de Israel.»
Sin embargo, aunque la restauración nacional como propósito de Dios no dependa de una reforma nacional, habrá una limpieza nacional antes de que la restauración sea efectuada. Aunque los judíos serán recogidos de todos los países sin tomar en cuenta su condición moral, ello no significa que todos serán admitidos en la tierra. Esa admisión dependerá de cada individuo de la nación. Esto es obvio en Ezequiel 20:34-38:
«Os sacaré de entre los pueblos, y os reuniré de las tierras en que estáis esparcidos, con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado; y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara. Como litigué con vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así litigaré con vosotros, dice Jehová el Señor. Os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar en los vínculos del pacto; y apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán.»
En esto reconocemos una semejanza con lo que les ocurrió después de salir de Egipto con Moisés. Eran entonces una multitud de esclavos incrédulos e ignorantes; y una generación entera (con la excepción de Caleb y Josué) pereció en el desierto. «No pudieron entrar a causa de incredulidad,» dice Pablo (Hebreos 3:19). Así que los judíos contemporáneos con el regreso de Cristo no estarán en condición de entrar en la tierra. El suceso los encontrará en su presente estado de degradación y perversión; y la purga descrita en el pasaje anterior será necesaria. Esa selección tendrá lugar en el desierto, como en los días de Moisés, y está señalada en Miqueas 7:15: «Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto.» Posiblemente la expresión «como el día,» no se refiera a la duración del tiempo sino al carácter de los días. Siendo así, los siguientes testimonios se cumplirán después del proceso:
«Os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones.» (Ezequiel 36:31)
«Tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra, renuevos de mi plantío, obra de mis manos para glorificarme.» (Isaías 60:21)
No Todos los Judíos Heredarán la Promesa
Algunas veces se objeta que Palestina es demasiado pequeña para acoger a todos los judíos. Sin embargo, la objeción procede de la errónea suposición de que las generaciones israelitas previas, según la carne, serán resucitadas para restauración. No hay razón para suponer que habrá tal resurrección. La resurrección en la venida de Cristo, el Restaurador, no incluirá a todos los judíos fallecidos de generaciones pasadas, sino solamente a dos clases de personas que son demasiado altas o bajas para participar en la restauración de judíos mortales. Los primeros se levantarán para vida eterna y para reinar con Cristo tanto sobre judíos como sobre gentiles, y los otros se levantarán para ser condenados vergonzosamente al castigo de la segunda muerte (Daniel 12:2; Juan 5:29).
La restauración prometida de la nación israelita está restringida a la generación contemporánea con la venida del Mesías. Quizás aun la mayoría de ellos, como hemos visto, serán reunidos solamente para perecer en el desierto como sus antepasados en los días del primer éxodo.
No se ha cometido injusticia con las generaciones previas, pues debemos recordar que los judíos son el pueblo de Dios, únicamente en sentido nacional. Ellos son su nación, a quienes El ha escogido de entre todos los pueblos de la faz de la tierra. No los seleccionó con la idea con la idea de conceder beneficios eternos a todos ellos. En lo que se refiere a la salvación eterna conferida por medio de Cristo los judíos están en igualdad de condiciones con los gentiles, aunque nacionalmente su relación con Dios es muy especial, como se manifestará en la época futura.
Resumen
Del testimonio presentado aprendemos:
- Que los judíos son la nación escogida de Dios.
- Que ellos son los depositarios de las promesas de Dios.
- Que han sido dispersados hasta ahora como castigo por sus iniquidades.
- Que serán restaurados de su dispersión, y restablecidos como nación en su propia tierra.
- Que todos los enemigos de Israel serán destruidos, y
- Que los sobrevivientes de las demás naciones vendrán a ser súbditos del restaurado reino de Israel, peregrinando periódicamente a Jerusalén para rendir homenaje al Rey de toda la tierra y aprender sus caminos.
Este es un sumario de las cosas que constituyen «la esperanza de Israel,» por la cual Pablo fue atado con cadenas. ¿Quién puede dejar de entender que estas cosas son también la base de la esperanza de los creyentes cristianos, como ha sido mostrado en estudios anteriores? La esperanza de los verdaderos cristianos es la venida de Cristo y el establecimiento del reino de Dios, que incluye la restauración de Israel. La esperanza de los judíos es la venida de Cristo, y el establecimiento del reino de Dios. Su esperanza es la misma aunque su relación con ella es ligeramente diferente al principio. El evangelio apostólico es verdaderamente «la esperanza de Israel.» Ese evangelio fue, en realidad, una proclamación del venidero restablecimiento del reino de Israel bajo el que es «más que Salomón» y una invitación a participar de la gloria de Israel, bajo ciertas condiciones específicas. Por consiguiente, nadie puede entender el reino de Dios descrito en las Escrituras, la esperanza del evangelio, si desconoce las enseñanzas proféticas que se refieren a la restauración de los judíos, pues tal restauración es un elemento esencial de su establecimiento. De ser omitida, ningún reino de Dios, tal como ha sido revelado, podría existir en la era futura.
Objeciones a la Restauración de los Judíos
Aun así, ciertas personas bienintencionadas se oponen fervorosamente a esta doctrina. Basándose en ciertas declaraciones del Nuevo Testamento, sostienen con gran tenacidad que la restauración de los judíos es imposible. Podemos tomar como principio básico que cualquier deducción del Nuevo Testamento que sea totalmente opuesta a las claras declaraciones de los profetas, es errónea, puesto que los escritores del Nuevo Testamento daban testimonio «no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder» (Hechos 26:22), y apelaban a ellos como su autoridad. No puede haber contradicción en los escritos dictados por el mismo y único Espíritu eterno, y realmente no la hay. Los argumentos tomados del Nuevo Testamento contra la restauración de Israel están todos basados en interpretaciones erróneas de las declaraciones citadas. Una de estas es Romanos 9:6,7:
«No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia.»
Esta declaración está en completo acuerdo con los profetas, sin disminuir de ningún modo la fuerza de su enseñanza en lo que se refiere a la característica de los judíos como nación especial, y su futura restauración natural. Es absolutamente verdadero que todos los de Israel, no son Israel; que miles de descendientes de Abraham no son hijos, y que el principio divino es el de considerar «los hijos de la promesa» como descendientes. Esto es ejemplificado individual y nacionalmente. En el caso de los judíos, requerimientos tales como circuncisión, sacrificio, reverencia por el nombre de Dios, y otras cosas innumerables especificadas en la ley, fueron establecidos como condiciones de ciudadanía en la nación, y la transgresión fue castigada con la expulsión. La pena señalada para casi todos los decretos fue «aquella persona será cortada de su pueblo.» Por consiguiente, los transgresores, aunque de Israel, no eran Israel, aun bajo la ley. Una completa generación de tales no-israelitas pereció en el desierto; pero esto no anuló la elección nacional de la descendencia de Abraham (a través de Israel). Solamente mostró que los descendientes carnales de Abraham no son necesariamente israelitas por eso, pues se necesita la fe de Abraham junto a su sangre.
También individualmente, en lo que se refiere a la herencia del reino, «los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.» Ningún descendiente carnal de Abraham tiene derecho natural al honor, gloria e inmortalidad del reino, según el pacto. Esto es reservado para una clase de israelitas definida bajo el principio de creer en las promesas. En este sentido, «la carne para nada aprovecha,» y aun en lo que respecta a la ciudadanía israelita en el presente estado mortal para nada aprovecha, pues como hemos visto, ese privilegio no es garantizado por simple consanguinidad con Abraham. «Os haré entrar en los vínculos del pacto; y apartaré de entre vosotros a los rebeldes.» Esta es una declaración profética. Miles de judíos serán reunidos de todos los países sin poder entrar en la tierra. Aun así esto no destruirá su relación nacional con Dios. Considerando a los judíos, a quienes Dios ha escogido especialmente como una nación, con miras al desarrollo de Su propósito final, cada uno de ellos será recogido en la restauración preliminar. Esta es la declaración de Moisés, quien dice:
«Aun cuando tus desterrados estuviesen en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará.» (Deuteronomio 30:4)
Isaías proporciona un testimonio similar, diciendo:
«Levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.» (Isaías 11:12)
«Acontecerá en aquel día, que trillará Jehová desde el río Eufrates hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos uno a uno.» (Isaías 27:12)
Así que habrá una restauración nacional indiscriminada, sin ninguna referencia a la condición moral individual, como en el caso de las tribus que fueron libertadas de Egipto por medio de Moisés; porque la nación en conjunto es de Dios por soberana elección, y no puede privarse de esa relación aunque sea rebelde y se exponga a Sus juicios destructores. Aun cuando hayan sido reunidos indiscriminadamente, los judíos no serán inmediatamente establecidos en la tierra, sino que de la misma manera que sus antepasados en el día que salieron de la tierra de Egipto (véase el testimonio anteriormente citado de Ezequiel 20), serán sometidos a un proceso de selección en el desierto, del cual ninguno que no esté espiritualmente apto para el privilegio de la ciudadanía bajo el Mesías, podrá escapar. «De las tierras de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán» (Ezequiel 20:38).
Así, aun en la futura restauración nacional de los judíos, los que son meramente hijos de la carne no serán contados como descendencia, sino solamente aquellos de fe que serán seleccionados por medio de la prueba en el desierto. Entonces, debe ser evidente que se trata de un análisis muy pobre de las palabras de Pablo el que se usaría para destruir la doctrina de la restauración nacional judía. Es una interpretación que el mismo apóstol, si estuviera vivo, combatiría con vigor, porque él ha dejado testimonio de su punto de vista sobre el tema, hablando de «mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:3):
«Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?… Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?… Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. (Romanos 11:12,15,25,26)
Aquí contempla Pablo una plenitud judía, una restauración, una regeneración nacional, cuando «haya entrado la plenitud de los gentiles.» También previene a los gentiles de no jactarse contra los judíos, en la sabiduría de su propia imaginación (versículo 25). Esto nos introduce al punto de vista de Pablo sobre la restauración de los judíos. Los profetas y Moisés, como hemos visto, predicen la gloriosa restauración y la restitución nacional de la misma nación que ha sufrido la venganza del Todopoderoso por cerca de veinte siglos. ¿Cómo pudo Pablo, quien no hablaba de ninguna cosa que ellos no hubieran predicho (Hechos 26:22), inculcar principios que contradijeran sus enseñanzas? Solamente un conocimiento parcial o una total ignorancia. Solamente una ignorancia parcial o total de las Escrituras pudo conducir a los hombres a basar en el Nuevo Testamento un sistema de doctrina que contradice los claros testimonios de los «santos hombres de Dios» quienes «hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.»
Se insiste frecuentemente en otras objeciones igualmente infundadas, pero el limitado espacio a disposición impide mencionarlas. Suficiente se ha dicho para demostrar que la restauración de Israel es uno de los principales rasgos del propósito divino que se desarrollará en el futuro, y que el reino de Dios no puede ser establecido sin su cumplimiento. También es de hecho un elemento del grandioso evento del cual depende la salvación del mundo. «La salvación viene de los judíos» nacional e individualmente. Es importante entender este elemento de la verdad de Dios, para que por medio de nuestra iluminación podamos deshacernos de nuestra condición de gentiles, uniéndonos a una sociedad más elevada, la ciudadanía de Israel, en la cual, siendo «simiente de Abraham» seremos «herederos según la promesa.»
~ Robert Roberts